jueves, 24 de junio de 2010
Publicado por
pedro ernesto hdz z
,
en
19:06
¿Cuántas veces tendremos que repetir que no queremos imponer nada a nadie; que no creemos ni posible ni deseable querer el bien de la gente por la fuerza y que lo único que queremos es que nadie nos imponga a nosotros su voluntad, que nadie pueda imponer a los demás su forma de vida social de no ser libremente aceptada?
El anarquismo no puede ser impuesto, ya sea por razones morales de respeto a la libertad, ya sea por la imposibilidad de aplicar a la fuerza un régimen de justicia para todos. No puede ser impuesto a la mayoría por una minoría, pero tampoco por la mayoría a una o varias minorías.
Por eso somos anarquistas, es decir, queremos que todos tengan la libertad efectiva de vivir como quieran, lo cual no es posible sin expropiar a los que actualmente detienen la riqueza social y sin poner los medios de trabajo a disposición de todos.
La base fundamental del método anarquista es la libertad, y, por lo tanto, luchamos y lucharemos contra todo lo que viole la libertad (libertad igual para todos), cualquiera que sea el régimen dominante: monarquía, república u otros. Nosotros, por el contrario, no pretendemos poseer la verdad absoluta, creemos más bien en la verdad social; la mejor forma de convivencia social no es algo fijo, válido para todos los tiempos y para todos los lugares, algo que pueda determinarse con anticipación, sino algo que, una vez asegurada la libertad, se va descubriendo y llevando gradualmente a la práctica con los menores roces y la menor violencia posibles. Por eso nuestras soluciones dejan siempre la puerta a varias soluciones y, a poder ser, mejores.
Nuestro objetivo es el bien de todos, la eliminación de todos los sufrimientos y la generalización de todas las alegrías que puedan depender de la voluntad humana; es la paz y el amor entre todos los seres humanos; es una nueva y mejor civilización, una humanidad más digna y feliz. Pero creemos que el bien de todos no puede alcanzarse realmente más que con la consciente colaboración de todos; creemos que no existen fórmulas mágicas capaces de resolver las dificultades; que no hay doctrinas universales e infalibles aplicables a todos los hombres y a todos los casos; que no hay hombres y partidos providenciales que puedan sustituir útilmente la voluntad de los demás por la suya propia y hacer el bien a la fuerza; creemos que la vida social adquiere siempre las formas que resultan del contraste de los intereses ideales de los que piensan y quieren. Por eso convocamos a todos a pensar y a querer.
Anarquista es, por definición, aquél que no quiere estar oprimido y no quiere ser opresor; aquél que quiere el máximo bienestar, la máxima libertad, el máximo desarrollo posible de todos los seres humanos. Sus ideas, su voluntad tienen origen en el sentido de simpatía, de amor, de respeto hacia todos los humanos: sentimiento que debe ser lo bastante fuerte para inducirlo a desear el bien de los demás como el suyo propio y a renunciar a aquellas ventajas personales que exigen, para ser obtenidas, el sacrificio de los demás.
O ser oprimido, o ser opresor, o cooperar voluntariamente para el mayor bien de todos. No hay otra alternativa posible; y los anarquistas están naturalmente, y no pueden no estarlo, a favor de la cooperación deliberada y libre.
Que no nos vengan con filosofías y hablarnos de egoísmo, altruismo u otros rompecabezas. Estamos de acuerdo: somos todos egoístas, todos buscamos nuestra satisfacción. Pero es anarquista aquél cuya máxima satisfacción es la de luchar para el bien de todos, para la realización de una sociedad en la que él pueda encontrarse, hermano entre hermanos, en medio de hombres sanos, inteligentes cultos y felices.
El que, en cambio, puede adaptarse, contento, a vivir entre esclavos y a sacar provecho del trabajo de los esclavos, no es, no puede ser anarquista
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